La reciente aprobación en primera lectura de la reforma al Código de Trabajo en el Senado dominicano ha reabierto un debate que nunca se ha cerrado del todo: ¿quién define las reglas del juego en el mercado laboral? Para muchos sectores empresariales, el discurso gira en torno a la competitividad, la inversión y la “sostenibilidad”. Sin embargo, detrás de esas palabras grandilocuentes se esconde una realidad incómoda: el trabajador continúa siendo visto como una variable de ajuste.
Mientras el Senado propone avances puntuales —licencias laborales dignas, protección de la maternidad, reconocimiento del teletrabajo— las reacciones empresariales han sido casi unánimes en su resistencia. La Confederación Patronal de República Dominicana (Copardom) no tardó en calificar la reforma como un “retroceso” que “impactará negativamente a las mipymes”. Lo que no mencionan es que, históricamente, el sector empresarial ha acumulado beneficios sin necesariamente traducirlos en mejoras sustanciales para sus empleados.
La realidad del mercado laboral en República Dominicana no se sostiene por la meritocracia ni por el compromiso ético de los empleadores. Se sostiene gracias a la fuerza y resiliencia de quienes, desde la base, mantienen viva la productividad nacional con jornadas extenuantes y sueldos que, en muchos casos, rozan la indignidad. ¿Y aún así se quejan por garantizar una licencia de paternidad o formalizar el trabajo doméstico?
Los empresarios se oponen al fortalecimiento de derechos con el argumento del “exceso de carga laboral”, pero omiten que son justamente esos derechos —cesantía, jornada justa, seguridad social— los que han mantenido un frágil equilibrio social frente a la informalidad rampante.
Migajas para el trabajador, pastel para el patrón
El núcleo del problema no está en la letra de la ley, sino en el modelo de pensamiento que permea gran parte del sector empresarial: uno que se rehúsa a compartir el pastel. Los beneficios empresariales se protegen con discursos técnicos, mientras los derechos laborales se desmantelan con silencios.
La reforma laboral es una oportunidad para virar el rumbo hacia un modelo más justo, donde el crecimiento económico no se traduzca exclusivamente en utilidades empresariales, sino también en bienestar colectivo. Pero si seguimos permitiendo que los empresarios impongan sus intereses sobre el bien común, seguiremos recibiendo migajas.