En los últimos años, la salud mental en República Dominicana ha sido relegada a un segundo plano, convirtiéndose en un flagelo silencioso que cobra cada vez más víctimas. La falta de atención sistemática por parte de las autoridades ha dejado a miles de ciudadanos sin el apoyo necesario, y las consecuencias ya son devastadoras.
El caso más reciente, ocurrido el pasado fin de semana, estremeció al país: una madre decidió quitarse la vida junto a sus tres hijos. Este trágico suceso no es aislado. Refleja una realidad que se repite en distintos rincones del país, donde el abandono institucional en materia de salud mental se traduce en dolor, desesperación y pérdida.
Aunque existen departamentos especializados en algunos hospitales, la infraestructura es insuficiente. En muchos centros, apenas una persona está designada para atender a toda la población que presenta trastornos mentales, lo que limita gravemente la capacidad de respuesta y seguimiento.
Durante la transmisión del programa El Poder de la Mañana, se lanzó una pregunta directa a la audiencia: ¿cree usted que se brinda la atención necesaria en salud mental a la ciudadanía? La respuesta fue contundente: a una sola voz, la gente expresó que no se están haciendo los esfuerzos necesarios.
La ministra de Interior y Policía, Faride Raful, reconoció públicamente la urgencia de implementar medidas para contrarrestar las situaciones que se están generando. Por su parte, el Ministerio de Salud ha anunciado que trabaja en un plan para mejorar los servicios de salud mental, aunque aún no se ha presentado oficialmente al país.
Este panorama exige más que promesas. Requiere voluntad política, inversión sostenida y una estrategia nacional que coloque la salud mental en el centro de las políticas públicas. Porque detrás de cada estadística hay una vida, una familia, una comunidad que merece ser escuchada y atendida.