El título de esta reflexión está tomado de las emocionantes palabras de Dangelyn, una niña de 11 años de El Guaral – Mata de Palma, en la provincia de El Seibo, cuando se dirigía a cientos de campesinos con el corazón en un puño porque el Grupo Vicini les está expulsando de los terrenos que, desde hace décadas, les han sostenido gracias a la crianza de ovejos, chivos, vacas, etc., y a los cultivos de subsistencia como la yuca, plátanos, guayabas, etc. “Nos están sumiendo en la extrema pobreza” decían al unísono con la mirada perdida en el horizonte de las tierras que vieron florecer desde la infancia dando abundantes cosechas. Al lado de la enramada del encuentro estaban, de forma tremendamente provocativa, los grandes tractores que, de sol a sol, siguen destruyendo los cultivos y los pastos de estas empobrecidas Comunidades.

Nos podemos consolar o justificar diciendo que no hay nada que hacer. Podríamos recordar que se repite la historia, que es lo mismo de siempre. Pero nada más lejos de la realidad pues está germinando una bella esperanza nacida de una profunda fe en Dios y enraizada en las fuerzas vivas de Mata de Palma, integrada por las Comunidades de El Guaral, San Miguel, Alemán, El Cerrito y Cibahuete. Las palabras de Dangelyn alarman el corazón de nuestra provincia empobrecida por el enriquecimiento despiadado de las multinacionales extranjeras que usufructúan tierras robadas al campesinado, las dejan contaminadas por muchos años debido a los abrasivos herbicidas e insecticidas que utilizan e incluso son cancerígenos según la Organización Mundial de la Salud.

Ya nada será como antes en la provincia de El Seibo pues la justicia divina y humana se unen para izar juntas la bandera dominicana cuyo escudo reza “Dios, Patria y Libertad” ante las siguientes realidades sangrantes que vivimos:

Si la impune Central Romana se atrevió en enero de 2016 a destruir los techos de 80 familias a las 3 de la madrugada, sin orden del Abogado del Estado, les robó su tierra y les dejó sin trabajo en el Barrio Villa Guerrero de Santa Cruz de El Seibo… pero Naciones Unidas está actuando desde Ginebra y Nueva York para sentar a sus indolentes dirigentes en el banquillo de la justicia…

Si el protegido terrateniente cubano osó arrasar los cultivos de 600 campesinos en la Culebra de Vicentillo… pero ellos se unieron al escuchar el sonido del fututo e hicieron frente al atropello quemando un gran greda y expulsando a los asaltantes…

Si el Grupo Vicini está amenazando de muerte a los líderes de Mata de Palma que luchan por ofrecer condiciones de vida dignas a sus empobrecidas Comunidades… pero éstas se están uniendo susurrando a la humanidad que tienen dignidad y que lucharán por ella hasta donde sea necesario…

Entonces nada está perdido porque hay muchas brasas encendidas de la auténtica utopía que promueve los valores más sagrados de la persona frente al diabólico mercado sin rostro humano que sólo sabe acumular riqueza manchada con sangre y lágrimas de los inocentes, de los preferidos de Jesús de Nazareth. Por estas y más razones “¡No nos dejemos vencer!”

No es cierto que el Dios de la vida permanece ajeno a estas injusticias. Es más, las condena con la mayor energía de sus entrañas y pide que las denunciemos con todas nuestras fuerzas para que su eco cruce los océanos como el grito que Fr. Antón Montesino, en nombre de la Comunidad Dominica, lanzó hace 500 años en el Adviento de 1511 a los colonizadores al ver el trato infligido a los taínos y que resuena aún en nuestros días: “Todos están en pecado mortal y en él viven y mueren, por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿Esto no sienten? ¿Cómo están en tanta profundidad de sueño tan letárgicamente dormidos?”. Este conocido y emblemático sermón fue un manifiesto contra todo tipo de esclavitud, opresión y marginación humana que anima la lucha en favor de los derechos humanos. Es el primer jalón en un largo proceso de reivindicación de la dignidad humana de la población originaria del continente.

Dios nos habla a través de los profetas como Isaías (5, 8): “Ay de los que juntan casa con casa, y campo a campo anexionan, hasta ocupar todo el sitio y se quedan solos en medio del país”. En la misma sintonía está el profeta Miqueas (2, 2): “Codician campos y los roban, casas, y las usurpan; se apoderan de la casa y de su dueño, de un hombre y de su propiedad”. Pues estos grupos como el Central Romana y el Grupo Vicini, de violento poder económico y político, viven todo lo contrario al ideal de igualdad del Pueblo de Dios donde nadie debe sufrir pobreza y necesidad por causa de su ambición sin límites. Todas las personas tenemos derecho a cierto dominio particular sobre las cosas, pero no como propietarios absolutos, sino como administradores. En esta línea nos ilumina la sabiduría de Santo Tomás de Aquino: “Los bienes temporales que Dios nos proporciona son nuestros en cuanto a su dominio. Pero, en cuanto al uso, pertenecen no a nosotros solos, sino también a tales personas cuales podamos socorrer de lo que nosotros tenemos más allá de nuestras necesidades (Summa Theologica, II-II 32, 5 ad 2). Y escribe aún más tajante: “Hay que afirmar que, en caso de necesidad, todas las cosas son comunes (Summa Theologica, II-II 66, 7).

Para la Sagrada Escritura, el único propietario en sentido absoluto es Dios, los seres humanos somos en este mundo forasteros: “la tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que ustedes son para mí como forasteros y huéspedes” (Lv 25, 23). Y si quedara alguna duda se declaraba el “año del jubileo”, cada cincuenta años todas las personas recobraban las propiedades que por necesidad habían tenido que empeñar: “… declararán santo el año cincuenta, y proclamarán en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para ustedes un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia…” (Lv 25, 8-17).

Ante estas flagrantes injusticias que claman al cielo, Dios nos anima a acompañar a quienes sufren las cruces del olvido, la persecución y la violación de su sagrada dignidad. También nos alienta a denunciar a la luz del día tanta cobardía arropada por la violencia y la impunidad. “No nos dejemos vencer”, permanezcamos fuertes en la lucha uniendo nuestros corazones para que se desborden de amor y compasión. Las palabras del Papa Francisco: “…expresamos la misma sed: sed de justicia y el mismo clamor: tierra, techo y trabajo para todos…” nos empujan a soñar con ese otro mundo posible convirtiendo nuestros miedos en esperanzas por una humanidad preñada de utopías de justicia, paz y fraternidad.

Asociación Acción Verapaz, Familia Dominica, Escuela El Rosario y Radio Seybo.

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